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Los extraterrestres

especiales

Lunes, 5 de junio, el reloj marca las cuatro de la tarde y una ola de calor golpea California como no se recordaba en años. Al sur de Los Ángeles, en un pequeño bloque de oficinas se encuentra la consulta de John Clifford, uno de los psiquiatras más prestigiosos de todo el estado.

Una íntima sala de espera, con 4 sillones de piel y una mesa de caoba en el centro, ocupa la mayor parte de la estancia. A unos metros el mostrador, y tras él, Daisy, la encantadora recepcionista encargada de intentar cuadrar todas las citas en la imposible agenda del Doctor.

El teléfono que hace las veces de interfono entre el despacho de John Clifford y Daisy comenzó a sonar cuando la joven lo descuelga sonriente.

–Si… Si doctor, ahora mismo le hago pasar –Daisy se puso en pie y caminó hacía el único paciente que se encontraba en la zona de los sillones-. Disculpe… perdone.

El hombre, absorto en sus ensoñaciones, dio un bote sobresaltado al escuchar la voz de la recepcionista.

–El doctor le espera, ya puede pasar –Comentó Daisy con voz suave al darse cuenta de que acababa de asustar al paciente.

–Gracias –contestó el joven mientras comenzó a caminar hacía el despacho del doctor Clifford.

El chico no aparentaba tener más de 30 años, a pesar de las marcadas ojeras y el cabello alborotado, se podían apreciar ápices de juventud en sus gestos.

–Leo, Leo… ¿Manhattan? -Preguntó el doctor mientras le estrechaba la mano a su nuevo paciente.

–Así es doctor –Respondió el joven.

–Póngase cómodo, ¿Quiere otro cojín? –Le ofreció con tono amable John.

–No, gracias –contestó Leo mientras se acomodaba en el diván–. Estoy bien así, muchas gracias por recibirme con tan poca antelación, puedo imaginar cómo tiene su agenda.

–No tiene por qué darlas, en cuanto Daisy me dio los detalles de su consulta decidí llamarle. Creo que se trata de un… –el doctor hizo una pausa tratando de dar con las palabras adecuadas– suceso inquietante.

–Si… la verdad es que sí –respondió Leo mientras su mirada comenzaba a perderse en la pared del despacho.

–Bueno cuénteme, ¿cuándo sucedió el incidente?

–Fue este sábado, bueno el viernes noche, ya de madrugada.

–¿Sobre qué hora se dio la abducción? –preguntó John mientras rebuscaba en sus cajones.

–¿Abducción? –Leo frunció el ceño en un gesto de incomodidad- Me parece una palabra un poco fuerte. –matizó.

–Lo siento, mejor utilizaremos el término… encuentro ¿de acuerdo? –dijo John con un tono suave

–Perfecto… gracias –Leo esbozó una sonrisa tímida y continuó-. No sabría decirle, entre las 5 tal vez las 6 y las 8 de la mañana.

–Bien, digamos que entre las 5 y las 8… –el doctor encontró un bolígrafo en uno de sus cajones y comenzó a apuntar en su cuidada libreta de cuero negro- ¿Cómo fue… el encuentro?

–Pues… la verdad es que no lo recuerdo bien, solo sé que me desperté el sábado, a eso de media tarde en mi cama y completamente desnudo. Me encontraba mareado, con nauseas…

–¿Sufría cefaleas, dolores de cabeza?

–Sí, eran horribles, como punzones en las sienes, como si hubieran hurgado en mi cerebro…

–Ajá… -Dijo el doctor mientras asentía y apuntaba.

Leo nunca había estado seguro de la eficacia de contarle sus traumas a un señor con cara de póker y una libreta, pero la situación le había sobrepasado, llevaba dos días sin pegar ojo y empezaba a preocuparse.

–¿Cómo llegó hasta su domicilio?

El doctor esperó durante unos segundos pero no obtuvo respuesta alguna. Leo actuaba como si no hubiese escuchado la pregunta y tras unos instantes, John Clifford volvió a la carga.

–¿Y bien…?

–No… no lo recuerdo –Contestó Leo algo avergonzado.

–Intente hacer memoria, caminó, le dejaron allí… –el médico alargó la pregunta, pero al ver que seguía sin obtener respuesta, continuó- No se preocupe, vayamos paso a paso. Me ha dicho que todo sucedió sobre las 5 de la mañana, ¿Cómo comenzó?

–Pues… yo estaba en la salida de una discoteca, fumando con unos amigos, no –Leo hizo una pausa y entrecerró los ojos, como si rebuscase en el fondo de su memoria- espere, mis amigos estaban dentro… creo.

John se inclinó hacia delante con una sonrisa pícara.

–Usted estaba fumando… ¿tabaco?

–¡Pues claro! ¿Por quién me toma?

Leo adoptó un gesto de desconfianza, tal vez el doctor pensaba que todo había sido una alucinación bañada en cannabis, tal vez le tomara por un loco, tal vez lo estuviese.

–Disculpe, no pretendía ofenderle, solo quería asegurarme, prosiga.

Justo cuando Leo se disponía a seguir con la historia el teléfono de John comenzó a sonar.

–Perdona. –John levantó el auricular- ¿Daisy? Te dije que no quería interrupciones en esta consulta. Sí, cambie la cita de la señorita Rachel al miércoles. Sí, después lo hablamos –John, con gesto de resignación, colgó el teléfono mientras exhalaba un prolongado suspiro–. Disculpe Leo, ya soy todo suyo, es que Daisy lleva poco tiempo conmigo y aún hay cosas que… en fin, siga, estaba fumando y…

–Y bueno… entre el humo me pareció ver algo, como una forma, una silueta que me resultaba familiar y... eso es todo –Leo hizo una pausa, se encogió de hombros y continuó-. Recuerdo la música que salía de la discoteca pero no consigo recordar nada más de ese momento.

–Tranquilo, vamos bien –dijo John mientras seguía escribiendo en su libreta- ¿Qué pasó después de esa primera toma de contacto?

–Después… me llevó a un lugar extraño, era pequeño y hacía calor, muchísimo calor. Perdí la noción del tiempo ahí dentro. Sonaba algo estridente y estaba muy oscuro. Yo no le quitaba el ojo de encima, bueno era mutuo.

–¿Sabe algo más de ese lugar? Su ubicación…

Leo cerró los ojos con fuerza forzándose a recordar pero tras unos segundos comenzó a negar con la cabeza.

–No, ni siquiera recuerdo el camino… pero recuerdo que me dio algo, sí.

–Bueno, sería conveniente que se hiciese un análisis, solo para contrastar y ver que todo está en orden –John continuaba escribiendo, esta vez con cara de preocupación-. ¿Recuerda algún otro lugar?

–Sí, juraría que estuvimos en la calle.

–¿En la calle? –el tono del doctor revelaba sorpresa- ¿Y había más testigos, os vio alguien?

–No lo recuerdo pero creo que no, ya estaba amaneciendo –las palabras salían de la boca de Leo con una calma extraña que inquietaba al doctor Clifford–. Y bueno, al final desapareció.

–¿Qué desapareció?

–Sí, no sé cómo pero se desvaneció.

La cara del doctor era todo un poema, impregnado de incredulidad anotó algo en su libreta, hizo una pausa para rascarse la sien con su bolígrafo y continuó escribiendo.

–Salvo por las cefaleas y los mareos, ¿usted se encuentra bien? ¿Sufre algún tipo de daño?

–No, la verdad es que estoy bien, salvo porque llevo dos días sin dormir…

–Normal, uno no tiene este tipo de encuentros todos los días. Y… ¿recuerda si hubo algún tipo de comunicación?

–Creo que hablamos, sí, hablamos algo y… bueno, nos besamos. De eso estoy seguro.

–¿Qué? –dijo sobresaltado John.

El doctor se incorporó en su silla, dejó la libreta y el bolígrafo sobre la mesita del teléfono y entrecerró los ojos observando con inquietud el rostro de su paciente.

–Que… nos besamos –añadió Leo titubeante.

–¿Pero cómo era el ser? –preguntó John mientras continuaba escudriñando a su paciente.

–Pues 1,60, castaña, muy guapa, y bueno “ser” me parece un calificativo un  poco extraño para referirnos a mi exnovia.

El doctor levantó su ceja derecha y comenzó a asentir con la cabeza. Tras unos segundos, John Clifford lo comprendió todo.

–Discúlpeme un momento Leo.

John, sin cambiar la expresión de su cara, levantó el teléfono. Leo tenía la impresión de que las comisuras de los labios del doctor iban a reventar cuando este por fin dio con alguien al otro lado de la línea.

–Daisy, cuando acabe con esta consulta pase a mi despacho, tenemos que hablar muy seriamente acerca de su caligrafía –el doctor colgó el teléfono con brusquedad, tomó aire profundamente y se dirigió a Leo con más profesionalidad que gentileza–. Bueno, Leo, creo que ya he escuchado suficiente.

–Y… ¿Qué puedo hacer?

–Um… –John parecía algo contrariado, pero miró con determinación a Leo, y prosiguió con tono firme– simplemente, sonría. Las abducciones son así, a duras penas las recuerdas, no hay pruebas, ni testigos, de hecho nadie puede asegurar que realmente hayan sucedido. Sonría, de verdad, simplemente sonría y consérvelo como un pequeño tesoro, una experiencia… especial, de un mundo paralelos.

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