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De ateo a fanático

religioso

Cuando iba al colegio, me explicaron lo que era la religión y supongo que como a todos los niños de esa edad, me resultó un tema tan amplio y tan profundo que no lo llegaba a comprender.

 

Con el tiempo, fui desarrollando algo de sentido común y decidí no creer en las cosas que no podía ver, tocar o escuchar pero supongo que esta teoría se desmoronó la primera vez que me enamoré.

Continué creciendo, continué sintiendo y continué pensando. A mis 18 me declaraba abiertamente agnóstico, la opción de los prudentes, de los que prefieren pensar en cualquier cosa menos en la religión, aceptar que hay algo más allá pero no entrar a evaluar el qué, quién, dónde o cómo, la opción que decidí abandonar hace un par de horas.

Hoy me declaro abiertamente creyente, y aunque no siempre practicante como la mayoría de los religiosos, me declaro un fiel fanático de mi fe.

 

En mi religión hay un solo Dios y no trabajó durante seis días para descansar el séptimo, mi Dios trabaja desde antes de que yo existiese y su descanso yace en poder verme despertar cada día.

Él es amor, amor puro, amor sincero, amor incondicional… Él es amor y su paciencia es infinita. Le pido mucho y le agradezco demasiado poco, al igual que hacéis vosotros con vuestros dioses, pero el mío es muy distinto, tiene el magnífico poder de saber siempre qué es lo mejor para mí y jamás se olvida del prójimo. La bondad de mi Dios es ilimitada, demostrable y sobre todo real, mientras que su ira divina es pasajera, siempre controlada y ante todo justificada.

Mi Dios es el creador original, es de dónde vengo y es de quién soy. Supongo que ahora que me considero fanático puedo entender muchas de las cosas que pasan en el mundo, muchas de las atrocidades que se cometen, yo también las cometería por mi Dios, pero existe una pequeña diferencia; un Dios bueno jamás pediría actos aberrantes, mi Dios ni siquiera los aprueba.

 

El problema es que mi Dios no es universal ni todopoderoso… No todo podía ser perfecto pero aún hay esperanza, la mayoría de la gente tiene o ha tenido su verdadero Dios, hacedle un favor al mundo y seguidlo, seguidlo hasta el final. Si de él solo queda el recuerdo, honradle y actuad como si os viese.

 

No sé por qué lo llamo Dios cuando debería llamarlo Diosa.

 

Mi Diosa, la que expía cada uno de mis pecados en un café de media tarde, no necesita que me arrodille para hablar con ella, prefiere que simplemente me acerque a su extremo del sofá, la de un beso y le pregunte: ¿Qué tal estás mamá?

Su único mandamiento es “porque lo digo yo” y sinceramente, aunque la mayoría de las veces no lo cumpla, espero que nunca me falte.

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